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'Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano': George Orwell
Maquiavélicamente orquestada para ser sutil hasta lo imperceptible, la transición de la perdida total de privacidad está casi completa sin que nadie se alarme o lamente, el gran hermano Orwelliano ya está entre nosotros.
Hoy día es posible encontrar a prácticamente cualquier persona a través de los medios digitales y poco puede hacerse para salir del ojo virtual que todo lo ve, pues su visión lo abarca (otra vez, prácticamente) todo.
El que no tiene celular o computadora tampoco escapa a esto, su medio entero está repleto de estos dispositivos que además de “verte” en tiempo real, también son capaces de grabar y reconocer voz.
Ciudades repletas de cámaras, televisores en cada hogar, en cada cocina y recámara que, casualmente, ya también son inteligentes e incluyen cámaras y micrófonos. Es decir, estamos siempre a merced de este ojo y oído omnipresente.
Todo puede ser grabado y registrado en cualquier momento, la privacidad agoniza. Suena paranoico, sin embargo es cierto que cualquier dispositivo es hackeable, manipulable a distancia.
Basta mencionar el caso Wikileaks para saber que esto es verdad, ni el mismísimo Pentágono es inmune a estos ataques. Cambridge Analytica es otro ejemplo, tuvo acceso a la información de más de 50 millones de posibles votantes estadounidenses a través de Facebook.
Agencias de inteligencia en todo el mundo intervienen o violan las restricciones de seguridad de un individuo si hay un caso judicial abierto en su contra por ejemplo, evidenciando que, de querer hacerlo, tienen todos los medios disponibles para ubicar a quién deseen.
Si alguien aún duda el alcance de este tipo de vigilancia, puede leer sobre el City Brain en Shanghái, un complejo sistema compuesto de 290 mil cámaras de vigilancia para “mantener el orden social”.
Durante la pandemia (y como algo de una novela distópica de un futuro macabro) este sistema puso sensores en las puertas de departamentos y viviendas de la población para asegurarse de que cumplieran la cuarentena. Un poder absoluto y peligroso que debería alarmarnos como sociedad.
Lejos de eso y por el contrario, vivimos en la era de la entrega total de nuestra privacidad abiertamente y sin pudor o conciencia. Gustosos entregamos nuestra huella digital o el escaneo de nuestro rostro para no “molestarnos” en desbloquear la pantalla con un código o patrón.
Como burla final, estas “mejoras” incrementan el costo económico del dispositivo y siempre se nos dice que es por nuestro bien, “para mejorar la experiencia”. ¿Si Angry Birds es un simple juego, porque quiere saber mi ubicación o acceder a mi micrófono?, ¿es realmente necesario? Infantes y adultos aceptamos términos y condiciones sin chistar, sin cuestionarnos nada.
A estas alturas, para cualquier persona promedio en el mundo, es imposible evadirse de las redes sociales y el mundo digital, esta columna habita justamente en este limbo casi infinito de información que conforma la web, sin embargo deberíamos pensar en el alcance y las implicaciones que tiene en nuestro presente y como, con el perfeccionamiento de la técnica en los modelos de vigilancia y la tecnología, tendrán un impacto cada vez más grande en las sociedades de todo el mundo.
Todo esto sin mencionar el uso de la Inteligencia Artificial (IA), que vendrá a revolucionar y potenciar de forma exponencial su eficiencia y alcance. El riesgo de llegar a extremos de una tiranía absoluta y totalitaria imposible de derrocar es altísimo, pozo insondable de una esclavitud sin posibilidad alguna de discrepancia ni escape.
El mundo de Winston Smith en 1984, de George Orwell y su Ministerio de la Verdad o el de Montag en 'Farenheit 451', de Ray Bradbury, parecen estar cobrando vida en la realidad. Las pantallas parecen ser el “Soma” (Aldous Huxley, 'Un Mundo Feliz') de nuestro mundo globalizado.
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